Ese objeto que mide a penas dos centímetros tarda la friolera de diez años en desintegrarse. Su filtro es de acetato de celulosa, un material que las bacterias del suelo no pueden combatir. Además, su composición con trazos de toxinas como plomo, arsénico y cadmio pueden infiltrarse en el suelo y en aguas subterráneas. Cuando esto sucede, la descomposición acuática es mucho más rápida pero el grado de contaminación crece de forma exponencial.
En las playas es habitual encontrar colillas tanto en el mar como en la orilla, exportadas directamente de las aguas subterráneas, así como en la arena, ya que algunos tienen la mala costumbre apagar el cigarrillo en ella. Para evitar este alto grado de contaminación que provocan los restos de tabaco, la mejor opción es tan fácil como arrojar las colillas en los ceniceros urbanos habilitados para ello en las ciudades o llevar un cenicero portátil donde depositarlas.
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